Viuda de ganadero de Caquetá espera que paramilitares digan en qué fosa está su esposo




Nubia Solano guardó durante 11 años la esperanza de que algún día su esposo golpeara a la puerta o hiciera una llamada. Todo se desvaneció cuando un paramilitar, en su confesión para acceder a los beneficios de la Ley de Justicia y Paz, declaró que él había ordenado el crimen de un ganadero llamado Ildefonso Vargas Moyano y que su cuerpo estaba sepultado en una fosa común, en un paraje rural del departamento del Caquetá.

En ese momento terminaron once años de agonía e inició el segundo calvario. “Yo necesito sepultar los restos de mi marido antes de morirme, él no merece quedar en una fosa como un perro”, narra Nubia Solano mientras contempla a Sarai, su obesa mascota, la perra que junto a un loro de nombre Toño, se han convertido en su única compañía.

Para Nubia el tiempo es importante y por lo mismo lo contabiliza con mucha precisión. “Tengo 74 años de edad, 47 de casada y 29 de sufrimiento”.


Efectivamente fue en el año 1985 -29 años atrás- cuando la vida de esta mujer neivana cambió para siempre y en forma dolorosa. En ese año que desearía borrar de su vida, fue secuestrado por primera vez su esposo y meses después falleció su hija de 15 años.

Del amor a la soledad

En 1967, cuando apenas tenía 27 años y laboraba como docente del magisterio, Nubia Solano contrajo nupcias con el amor de su vida, Idelfonso Vargas Moyano, un ganadero de 36 años (9 años mayor que ella), a quien conoció cuando por cosas del destino la trasladaron a una escuela rural de San Antonio de Anaconia, zona rural de Neiva, donde él administraba una finca.

“Duramos ocho años de novios, pero solo novios, sin nada de nada, no como los novios de ahora, lo de nosotros era noviazgo sin derechos”, lo dice sonriendo, evocando bellos recuerdos que el destino, representado en la guerra que vive Colombia, le arrebató para siempre.

Ildefonso era un hombre trabajador, hecho a pulso, quien desde muy pequeño laboró en el campo, desempeñándose como ganadero, primero ayudando a su padre y luego administrando los bienes de él y sus hermanos.

“Todos creían que Ildefonso era un hombre muy rico pero la verdad es que él era un administrador de los bienes de los hermanos, quienes luego de la muerte del papá, se fueron a estudiar al exterior, uno medicina y el otro ingeniería, mientras Ildefonso trabajaba duro para enviarles dinero”, narra Nubia con algo de desaliento, tal vez porque tiene claro que los tres secuestros que padeció su esposo y que sufrieron ella y sus hijas, fueron una completa injusticia.

Primer secuestro

Ildefonso vivía en función de sus dos hijas, su esposa y el trabajo. Como buen ganadero, su jornada laboral iniciaba con los primeros rayos del sol y terminaba a eso de las 6:00 de la tarde, hora en que viajaba, desde donde estuviera, a Neiva, a ver y estar con su familia. “Solía llegar todos los días entre las 7:00 y las 8:00 de la noche, pero ese 24 de abril no fue así”, comenta Nubia.

“Yo intenté infructuosamente comunicarme con él esa noche, solo hasta el día siguiente recibí la llamada de Germán Olaya -un viejo que le ayudaba a Ildefonso- quien me pedía que me presentara a la Policía para que los ayudara a salir. En ese momento algo le entendí que a Ildefonso se lo habían llevado… yo llegué al puesto de Policía de Tello y cuando hablé con el oficial al mando me dijo que el viejo y otro trabajador no habían avisado a tiempo y que a mi marido se lo había llevado la guerrilla”.

Lo que se sabe de ese día es que los subversivos del frente Segundo de las Farc, lo sacaron por la fuerza de la finca Piamonte, en Tello, y se lo llevaron hacia Algeciras, donde permaneció en calidad de secuestrado durante tres meses y medio.

“Fueron días terribles de mucha presión sicológica. Me mandaban cartas a la casa donde me decían que debía pagar 30 millones de pesos, que para el año 1985 era mucha plata. Me decían que si les mandaba 25 millones me lo entregaban sin un brazo, que si les mandaba 20 me le quitaban un brazo y una pierna, que si les mandaba solo 5 millones, me lo entregaban picado en una maleta, era terrible, sobre todo porque muchas de esas cartas las leyeron mis hijas… en otras me decían que cuando abriera la puerta de la casa me iba a encontrar con una oreja o una mano de mi esposo, fue terrible, eso no se lo deseo a nadie”, dice Nubia con la voz temblorosa y los ojos húmedos, como si estuviera viviendo el terrible momento.

Nubia vendió varias cabezas de ganado, pidió prestado recurriendo a familiares y amigos, hasta que logró conseguir el dinero y pagarle a la guerrilla la libertad de su esposo, un pago injusto e infame que además no fue el fin de la pesadilla sino el inicio de una cadena de sufrimientos que hoy, 29 años después, no termina.

Lo más triste de su vida

La tragedia siguió rondando el hogar de Nubia. Su hija menor, la luz de sus ojos, la consentida de Ildefonso, falleció cuando apenas empezaba a vivir, víctima de un aneurisma cerebral, lesión que Nubia asegura se generó en la cabeza de su hija debido al sufrimiento de ver a su padre privado de la libertad.

“Mi niña apenas tenía 15 años y se fue para siempre, dejándonos un vacío enorme… ella estaba viendo televisión y de pronto le dio algo, la llevamos al hospital de Neiva y de allí en ambulancia a Bogotá, a la Fundación Santafé, pero no se pudo hacer nada, ella murió, me dejó para siempre”, narra Nubia, señalando una pared del apartamento donde están enmarcadas las fotos de su pequeña hija y la de su esposo, un lugar para ella sagrado, donde pasa varias horas del día contemplando los rostros de dos personas que fueron fundamentales en su vida.

Segundo plagio

Ildefonso no podía dejar el trabajo de toda la vida. Después de recobrar la libertad y confiando en la palabra de quienes lo mantuvieron retenido, regresó al campo a seguir su rutina, a continuar con su pasión que era el ganado y el campo.

“Recuerdo que un día lo mandaron llamar por allá a una zona rural, disque para entrevistarse con un comandante guerrillero. Ildefonso se fue asustado, algo preocupado, pero resultó que lo llamaban para que se comiera un sancocho y para anunciarle que no lo iban a molestar más, para decirle que siguiera trabajando tranquilo que ya no era objetivo de ellos”, cuenta Nubia, mientras reconoce que eso fue una falacia mayor como se comprobó con el paso del tiempo.

Y así fue. Dice Nubia que su esposo siguió trabajando normalmente, comprando y vendiendo ganado, hasta que el 2 de febrero de 1996 nuevamente cayó en la garras de la guerrilla, esta vez del frente 17 de las Farc.

“Él iba con el yerno y con un trabajador saliendo de la finca La Estrella, localizada entre los municipios de Baraya y Colombia, cuando en una curva le salieron los guerrilleros, todos con uniformes camuflados nuevos y los obligaron a descender de la camioneta y a tenderse en el piso. Cuentan que la guerrilla preguntó que quién era Ildefonso y que él inmediatamente se identificó. Luego los separaron, al yerno y al trabajador les dijeron que se devolvieran para la finca y a él se lo llevaron”.

Era el segundo calvario que nuevamente Nubia tuvo que vivir sola, pues como en el plagio anterior, no fue mucha la ayuda que recibió.

“Mi yerno logró salir de la finca y llegar a la Estación de Policía de Baraya, pero los policías indicaron que no podían hacer nada, que no estaban autorizados para ir en persecución de los guerrilleros y ni siquiera le quisieron prestar el teléfono para llamar. El yerno fue a Telecom pero tampoco pudo comunicarse, finalmente fue del teléfono del Hospital de Baraya que pudo llamarme. Recuerdo que lo primero que me dijo fue: Nubia, otra vez se llevaron a Ilde”.

Fueron 57 días de padecimiento, nuevamente recibiendo cartas intimidatorias, amenazantes, con casetes con la voz de Ildefonso donde le decía a Nubia, seguramente obligado, que vendiera todo y que pagara, que no quería seguir privado de la libertad. También llegaban a la casa rollos fotográficos que debía mandar revelar para ver a su Ildefonso, barbado, con cara de angustia, unas imágenes desgarradoras que generaban el desconsuelo de Nubia y sus dos pequeñas hijas.

Nuevamente fue necesario vender ganado y pedir dinero prestado a intereses onerosos, hasta reunir los varios millones que la guerrilla exigía para dejarlo en libertad, como efectivamente se dio a pocos días de completar dos meses de un penoso e inhumano cautiverio.

Y la tragedia continuó con otro nombre

Ildefonso regresó a sus tareas cotidianas y tras un trabajo duro y dedicado, logró un hato de más de 600 cabezas de ganado en una finca del Caquetá, predio y animales que eran propiedad de él y sus dos hermanos.

Pero todos seguían viendo a Ildefonso como un hombre muy rico, razón que lo convertía en objetivo y blanco perfecto de todos los que querían ganar dinero fácil.

Para la época llegaron los paramilitares al Caquetá, supuestamente a combatir a la guerrilla, a esa que tanto daño le hizo a Ildefonso. Hoy no está claro si fue peor el remedio que la enfermedad.

“El tercer secuestro de mi marido se registró el 14 de abril del año 2000. El día anterior Ildefonso debía llegar a la casa y no llegó. Entonces yo estuve llamado todo el día al Caquetá pero sólo logré comunicarme hasta el día siguiente que me llamó el mayordomo de la finca a decirme que a Ildefonso se lo habían llevado los paramilitares… “Lo único bueno que hizo ese mayordomo fue decirme que no fuera por esos lados que los paramilitares me estaban esperando, seguramente para secuestrarme”.

Nubia cuenta que a Ildefonso lo secuestraron y que de inmediato los paramilitares sacaron de la finca 600 cabezas de ganado, animales que para la época tenían un inmenso valor pero que no fue suficiente para saciar el apetito de los sanguinarios paramilitares.

Desde el momento del plagio –abril de 2000- hasta mediados del año 2011, Nubia siempre guardó la esperanza de que su esposo estuviera vivo. “Lo mantuve en mis oraciones y siempre guardé la esperanza que algún día abriría la puerta y lo vería regresar, siempre estuvo latente la posibilidad que nos llamara para decirnos que lo fuéramos a recoger a alguna parte, pero todo eso se esfumó.

Macabra confesión

Un día llamaron a mi hija a la Fiscalía y luego de explicarle, le presentaron un video donde un paramilitar preso en la cárcel de máxima seguridad de Cómbita, en Boyacá, confesaba algunos delitos para hacer parte del programa de justicia y paz y pagar una condena de máximo siete años de cárcel.

En esta declaración confesó muchas ejecuciones, muchos secuestros y crímenes, entre estos el de Ildefonso.

En el video, el sujeto identificado como Arley Hoyos Artunduagua, alias Guío, confiesa que ordenó el secuestro y posterior asesinato de un ganadero identificado como Ildefonso Vargas. En el desgarrador relato a los fiscales de Justicia y paz, narra que lo asesinaron el mismo día en que lo plagiaron y que su cuerpo tuvo que ser partido en dos porque no cabía en la fosa. Confiesa que lo hicieron para robarle las 600 cabezas de ganado y por haber pagado a la guerrilla su rescate en dos oportunidades.

El video fue visto por la hija de Ildefonso, actualmente residente en España, quien le pidió no mostrarlo a Nubia, su madre, asegurando que la frialdad de la narración podría generar hasta su muerte.

Pero la información se filtró y llegó a oídos de Nubia quien semanas más tarde fue a la Fiscalía y exigió que le dejaran ver las dolorosas imágenes.

“Yo le dije al Fiscal, un señor de apellido Solano, que me dejara ver el video y el me pidió ocho días para pedir autorización a Bogotá. A los 8 días exactos me llamó para que me presentara y cuando llegué estaba él y un médico, eso por lo que les dijo mi hija, pero la verdad es que después de tantas cosas que he vivido, qué me iban a hacer daño unas declaraciones de un delincuente”, narra Nubia.

A partir de ese momento terminó la incertidumbre. Hoy tiene la certeza de que su Ildefonso no está vivo, que jamás llegará a golpear la puerta del apartamento y que tampoco llamará al teléfono.

“Ahora solo espero que la Fiscalía agilice el proceso de reconocimiento del cuerpo para que me lo entreguen y poder brindarle cristiana sepultura, eso es lo único que me amarra a esta ciudad… yo les imploro que me ayuden a recuperar el cuerpo para enterrarlo y así me puedo ir tranquila a vivir con mi única hija y a disfrutar de mis nietas, ese es mi último deseo.






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MI CURILLO
6 de Enero de 2015
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